domingo, 18 de septiembre de 2011

Violencia de género


 Psic. Licia López Carrillo

Tan a la  mano que en las dos últimas columnas dominicales se hablo de la violencia social y hoy quisiera compartir las reflexiones que surgieron al escuchar una conferencia a la que a recientes fecha asistí.

El tema de la ponencia era la violencia en el noviazgo, convocada por una asociación que tiene el digno trabajo de dar cobijo a mujeres víctimas del maltrato, así como la loable intención de educar para prevenir. Dando a las nuevas generaciones la información necesaria de cómo desde el noviazgo puede iniciarse el maltrato dentro de la pareja y posteriormente convertirse en violencia intrafamiliar. La conferencia fue expuesta en un lenguaje cotidiano y generalizador de este fenómeno, lo cual concluye exitosamente como un primer acercamiento al tema.

¿La violencia en la pareja solo sucede en ambientes de excesos y promiscuidad?

Considero que relacionar la violencia de género con solo un aspecto de la decadencia en el comportamiento de los jóvenes es una postura simplista, decirles a los jóvenes que el alcohol y el sexo sin responsabilidad son generadores de la falta de respeto y la violencia es muy parcial. Mencionar que  la perdida de la virginidad las hace propensas a aceptar el maltrato, así como una forma de vestir provocadora es causa de enfrentamientos entre los varones es, desde mi muy particular punto de vista, repetir mitos sociales en los que se encuentra anclada la falta de equidad de género y la ausencia de conocimiento de los derechos de la mujer. 

 Es cierto que en las conductas excesivas y tóxicas los jóvenes no son capaces de tener un autocontrol, y que como consecuencia hay una pérdida del respeto y la dignidad humana. Sin embargo es la falta de conocimiento y la repetición de patrones de conducta que no valora a la mujer lo que permite el acto violento.

Educar para la igualdad.

Es por ello que en  la labor preventiva de educar a las nuevas generaciones es de una importancia vital enseñar a ambos géneros a respetarse como iguales. A conocer sus diferencias y en ello su complementariedad, pues en ello recae la esperanza de parejas más equitativas y sanas que mejoren la armonía familiar, y el bienestar de una sociedad.

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