domingo, 28 de noviembre de 2010

Más filosofía y menos Prozac.


            Es evidente que el hombre actual se encuentra inmerso en una sociedad acelerada, que ha trasformado los valores significativos en insignificantes y ha exaltado la idea equívoca de “tener es ser”.
  Pero la pregunta es; “si yo soy lo que tengo y los que tengo se pierde, ¿qué soy?”.  La realidad es que en un mundo de competencia y consumismo llegamos a confundir los verdaderos valores con los ANTIVALORES, para después preguntarnos como alguien que teniéndolo todo puede caer en la desgracia de una depresión o peor aún tener todo aquello que dicen es “exitoso” y llevar una vida caótica sin moral ni principios que les lleva a la incongruencia y a la enfermedad.
Antes nuestros héroes eran hombres y mujeres con virtudes y valores fuertes. Con voluntad, se regían por sus ideales y la búsqueda del bien común; antes los jóvenes querían ser  el Che, la Corregidora o la madre Teresa de Calcuta.
En esta era post moderna se han sustituido por imágenes  distorsionadas y exaltamos la decadencia y el absurdo,  los ideales a seguir son un producto de lo mismo.  Ahora los jóvenes quieren ser Britney Spear, Paris Hilton o algún cantante Regetonero de poca ropa y mucho menos moral. Queremos “componer” todo a base de soluciones inmediatas, cuando en realidad debemos de reeducar a las nuevas generaciones para que aprendan a cuestionarse, discernir y filosofar. Y así prevenir las crisis emocionales a las que actualmente son tan propensos, las depresiones, ataques de ansiedad o adicciones que desarrollan en el sin sentido de sus vidas.
Encontrando  un sentido de vida les hará sentirse plenos y sin la necesidad de “llenarse” con cosas materiales, status o ideales estéticos sus vacíos existenciales. Al construir una filosofía de vida que les permita ser personas más profundas y comprometidas en el conocimiento de sí mismas y de su entorno, estos jóvenes y no tan jóvenes del mañana podrán entonces empezar a construir una mejor sociedad.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Dar espacio.

Psic.Licia López Carrillo


        En nombre del amor solemos hacer nuestras las emociones y situaciones de nuestros seres  queridos, incluso llegamos a sentirnos responsables o agentes de cambio para aliviar el mal momento.
La realidad es que no tenemos ningún poder sobre las emociones del otro, podemos quizás hacer algo que les agrade o no, que lo aprueben o no, pero con mis acciones o palabras no puedo “hacer” feliz al otro, ni “hacerlo” enojar. Ya que no tengo ese poder sobre las emociones del otro.
Lo cual resulta en ocasiones frustrante pero a la vez liberador, ya que al saber que no puedo cambiar  lo que siente el otro sabré  que solo él  tiene la absoluta responsabilidad sobre que emociones se permite en cada situación para reaccionar. 
Esta necesidad de ahorrarle al otro el sentir  en un afán exagerado de protección impide que la persona digiera sus emociones, esta necesidad de estar cerca para “ayudar” no le permite el espacio suficiente para explorar  sus emociones  y encontrar la forma más madura de digerirla para luego reaccionar, desarrollando herramientas con mayor resiliencia para la frustración.
En el caso de las madres que tratan de todas formas que el niño evite asimilar lo que siente por un tiempo  suficiente (   ya no llores, no te enojes  y te doy…, quita tu carota… no llore, sea macho) impedirá el sano desarrollo emocional que incrementaría su  sana tolerancia a la frustración y su capacidad de perseverancia.
 Si se tratase de la pareja se corre el riesgo de invadir el espacio individual que se requiere para digerir el proceso que provoca conflicto, en esto el género femenino suele ser invasivo e incluso persecutorio, ya que al notar una mirada dubitativa o de preocupación se arranca un interrogatorio que provoca que la naturaleza masculina se cierre aún más y culposa como de costumbre, acaba asumiendo que es algo que ella hizo o no hizo...lo que sea, es la culpable. 

Sin pensar si quiera que la pareja también es un ser humano con dudas y cuestionamientos que necesita de su propio espacio para pensar, sentir  y una vez digerido  dejar ir ese sentimiento para proseguir y encontrar una solución.

La suerte

Psic. Licia López Carrillo


  Siempre ha sido un tema que causa interés, desde la antigüedad se ha tratado de entender lo impredecible  y lo que en ocasiones se considera designio de un plan llamado destino. A través de mitos las primeras civilizaciones buscaron respuesta a esos golpes de fortuna que parecían no estar a la disposición de todos.
¿Existe la suerte?, ¿es buena, es mala?, ¿de qué o quién depende? ¿Por qué no todos la tienen? Los griegos, que en cuestión de mitos eran de lo más creativos, creían que la fortuna era una más de esos hijos ilegítimos que el promiscuo Zeus (su máximo Dios) le gustaba procrear con mujeres mortales, la diferencia es que el veleidoso dios tenía una predilección por su hija fortuna y ante los celos de  Hera, la esposa oficial, Fortuna fue motivo de muchas envidias. Ante las confabulaciones que estos sentimientos provocaban alrededor de su hija, Zeus decidió asignarle una tarea fundamental para que su ausencia en el Olimpo fuese impensable; la nombró recolectora oficial de la ambrosia.  Alimento exclusivo  de los dioses del cual dependía en parte su inmortalidad, esta emanaba de los frutos recolectados en las primeras horas del amanecer antes de ser tocadas por el sol pues perdían su poder.
Un día Fortuna fue apresada a por un mortal y al no llegar la ambrosia los dioses comenzaron a desfallecer,  el humano fue requerido para devolver a la recolectora y al negarse fue disuadido por los dioses prometiéndole lo que él quisiera, lo cual le fue concedido. Desde entonces la leyenda contaba  que  quien atrapase a Fortuna sería gratamente recompensado,  la Diosa  comenzó a  ser más cautelosa y escurridiza para no ser fácilmente atrapada. 

Sin embargo hay quienes se encuentran con ella en el camino y al no estar preparados dejan pasar la oportunidad. Bucay* menciona que la fortuna es un conjunto de elementos que se presentan en la vida del hombre; estar en el lugar indicado, con las herramientas adecuadas y la actitud dispuesta. Esto para él es la suerte. 

Una mente que cree en  un mundo de oportunidades, será una mente abierta para el aprendizaje de nuevas herramientas así cuando la oportunidad se presente podrá saltar a ella. ¡Y atrapar a la diosa Fortuna!

*El mito de la diosa fortuna. Jorge Bucay. Edit. Océano.

lunes, 15 de noviembre de 2010

La culpa.

 Psic.Licia López Carrillo.
           
La culpa está fuertemente arraigada en el mundo occidental, reforzado por las creencias del judaísmo y el cristianismo. En el antiguo Israel, los profetas explicaban los grandes males colectivos – guerras, inundaciones, epidemias, etc. – no como al azar o por una explicación científica, sino como el castigo de Dios a las desviaciones morales de la sociedad.  Para la teología cristiana el sacrificio de la muerte del redentor que lavo los pecados por la humanidad debe  de incentivar la observación de sus mandamientos. Son estos y otros principios del pensamiento que nos hacen desarrollar una conciencia ética del bien y del mal. De ahí que en varios contextos la idea de una responsabilidad y alguna consiguiente falta desarrolla lo que llamamos sentimiento de culpa, en el plano psicológico si bien la culpa es algo siempre presente el fenómeno se vuelve más complejo porque existe una culpa consciente y una culpa inconsciente.
¿De qué forma se diferencian?
La culpa consciente la reconocemos como remordimiento consecuencia de una acción u omisión. La culpa inconsciente resulta más compleja y es en muchos de los casos  el origen de los síntomas del paciente que llega a psicoterapia, en donde la labor del Psicólogo es detectivesca para indagar el origen reprimido de aquella culpa oculta y casi siempre imaginada por el paciente, y acompañarlo en el proceso de compresión y auto perdón.
¿De qué forma se pueden identificar culpas inconscientes?
Una de las más comunes es la tendencia a castigarse, la culpa opera como una traba para seguir adelante y justifica la historia de la necesidad de hacer cosas que dañan a sí mismo, frenando un proceso de crecimiento, profundizando las crisis o incluso produciéndolas.

Aprender sin presión

Psic. Licia López Carrillo. 

A muy temprana edad, los niños expresan sus deseos de conocimiento, primero a través de la exploración de sus cuerpos y luego de su entorno. Una de las principales funciones de la paternidad es incentivar esta curiosidad natural y encausarla al conocimiento, ya que cada etapa de desarrollo del infante debe ser apoyada pero sin impedir el protagonismo del niño en la experiencia. En ocasiones los padres tienen expectativas muy exigentes sobre el desempeño escolar de sus hijos, esperando que cumplan con lo que ellos mismos no pudieron. También puede ser la forma en que algunos padres redimen su sentimiento de culpa por no poder atenderlos como desearían y suelen preocuparse más por su rendimiento académico que por sus sentimientos  y emociones. Durante los años de inicio escolar la diferenciación entre casa y escuela es casi inexistente; los padres leen a sus hijos, les enseñan a contar o a dibujar…Sin embargo es importante diferenciar estos espacios, no se trata que los padres no les enseñen, sino evitar convertir CUALQUIER experiencia de convivencia familiar en una “actividad pedagógica”, pues de tanto exigirles se predispondrán a cualquier forma de aprendizaje y finalmente lo rechazarán.
 Al centrarse los padres en el rendimiento escolar de sus hijos a través de las calificaciones  más que en el proceso de adquisición de conocimientos, proyectan en ellos sus ambiciones o su propia historia escolar  lo cual impide al niño ser el protagonista de su proceso de aprendizaje y disfrutar el ir adquiriendo conocimiento a su ritmo y paso. En lugar de esto aprenden un nivel de competencia poco productivo que lleva al niño a sentir ansiedad a muy temprana edad por experimentar conflictos de “lealtad” para con los padres y sus expectativas de calificaciones altas. Entonces el niño comienza a acumular información sin formar un pensamiento que posteriormente le permita desarrollar un pensamiento crítico y lo ayude a no ser influenciable.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Arquitectos de nuestro propio destino.

Psic. Licia López Carrillo

 Alguna vez escuche que; cada quien habita el mundo que su mente crea, sin embargo pareciera que al ser humano  no le gusta este grado de responsabilidad sobre la propia vida.

¿Por qué es tan difícil alcanzar un estado de plenitud o felicidad?
 Respuestas  hay muchas y variadas, un buen número de pensadores han dado su punto de vista sobre el tema, sin embargo dependiendo del origen religioso, filosófico e incluso esotérico las respuestas varían. Hoy me gustaría escribirle, amable lector, una respuesta menos mística  más cotidiana incluso con riesgo de acercarse a la simplicidad. Que como la naturaleza nos enseña, en ocasiones lo simple es la respuesta. Crecemos con un sinfín de creencias, prejuicios e ideas de las expectativas que los demás tienen de nosotros; la cultura, la familia, la religión etc.… por lo cual nos vamos creando una idea de lo que “debería” ser la felicidad,  nos comparamos y nos perdemos en esos modelos que el entorno nos da, e incluso llegamos a pensar que ESO que todo mundo anhela es la felicidad. Resultado: una carrera frenética, una competencia exhaustiva y sin sentido que nos lleva a la insatisfacción o al continuo sentimiento de frustración. ¿Por qué habría de hacerme feliz, eso que tu anhelas? Por qué es lo que se TIENE que hacer, ¿porque los demás lo han establecido?, en realidad toda esta idea de cumplir expectativas viene de una necesidad de pertenecer y por consiguiente evitar esa dolorosa experiencia que es el rechazo. Sin embargo la felicidad no viene de la mano con el certificado de aprobación que los demás nos den de nuestras vidas o lo que todo mundo espera. La felicidad no es una meta sino un camino y es subjetiva, depende de cada individuo, es la capacidad no de obtener algo o alguien sino el proceso para llegar a ello. Si vivo pensando que la vida DEBERÍA ser de tal o cual forma,  seguramente cuando no resulte así la frustración me hará sentir contrariado y por consiguiente mi perspectiva del mundo será de desventaja y  fracaso por lo cual probablemente esa será mi idea de la vida.  Sin embargo, si primero me doy a la tarea de descubrir a través de conocerme bien a mí mismo  que es lo que quiero para MI VIDA difícilmente acabaré cumpliendo otras expectativas que no sean las mías. Así la meta estará cortada a la medida de mi sentido de vida por lo cual las comparaciones con los otros estarán demás.

Desapego.


Psic. Licia López Carrillo


      Varias doctrinas filosóficas han hablado sobre los aspectos tóxicos que el apego provoca en la vida del ser humano, aferrarse a una situación, objeto o persona disminuye la calidad de vida de quien se aferra. La mayoría de las teorías reflexivas que nos invitan al desapego como forma de una mejor calidad de vida son de origen oriental, en específico la doctrina religiosa del budismo, sin embargo en la mayoría de las religiones se habla de la fe, palabra cuyo significado es confiar.

Ser o Tener, esa es la cuestión.

Al tener fe el creyente se deja “ir” y “suelta” aquello que lo agobia para dejarlo en manos de ese ser superior  que lo ayudará según sea su voluntad. De alguna forma el soltar brinda alivio al que se apega, sin embargo en una sociedad que desde hace más de tres décadas se encuentra en crisis de creencias religiosas y una ausencia total de  conocimiento filosófico de la vida, resulta fácil que el apego se vuelva el nuevo ídolo. TENER, es el verbo más solicitado en las sociedades consumistas y vacías, la necesidad de posesión de objetos o estatus sustituye a la del sentido de vida o a la realización personal, hay quienes sienten que TIENEN todo lo materialmente posible y que eso les garantizaría la felicidad, sin embargo frecuentemente encontramos en los medios la historia infame en donde alguien que al parecer lo tenía todo se sentía nada,  como un ejemplo de lo que magistralmente relata Giles Lipoveski en La era del vacío, sociedades que se concentrar en el  adquisión de riquezas materiales pero con una pobreza emocional, moral y de sentido de vida que los arrastra a la insatisfacción y al hastío. De ahí la necesidad de las nuevas propuestas educativas de enseñar a las nuevas generaciones a SABER SER, para SABER HACER ya que en una sociedad como en les está tocando vivir es fácil perder los parámetros y confundirse. De ahí una frase que en algún lugar leí y que comparto con Ud. Amable lector; “Si yo soy lo que TENGO y lo que TENGO se pierde, ¿Quién soy?"