A muy temprana edad, los niños expresan sus deseos de conocimiento, primero a través de la exploración de sus cuerpos y luego de su entorno. Una de las principales funciones de la paternidad es incentivar esta curiosidad natural y encausarla al conocimiento, ya que cada etapa de desarrollo del infante debe ser apoyada pero sin impedir el protagonismo del niño en la experiencia. En ocasiones los padres tienen expectativas muy exigentes sobre el desempeño escolar de sus hijos, esperando que cumplan con lo que ellos mismos no pudieron. También puede ser la forma en que algunos padres redimen su sentimiento de culpa por no poder atenderlos como desearían y suelen preocuparse más por su rendimiento académico que por sus sentimientos y emociones. Durante los años de inicio escolar la diferenciación entre casa y escuela es casi inexistente; los padres leen a sus hijos, les enseñan a contar o a dibujar…Sin embargo es importante diferenciar estos espacios, no se trata que los padres no les enseñen, sino evitar convertir CUALQUIER experiencia de convivencia familiar en una “actividad pedagógica”, pues de tanto exigirles se predispondrán a cualquier forma de aprendizaje y finalmente lo rechazarán.
Al centrarse los padres en el rendimiento escolar de sus hijos a través de las calificaciones más que en el proceso de adquisición de conocimientos, proyectan en ellos sus ambiciones o su propia historia escolar lo cual impide al niño ser el protagonista de su proceso de aprendizaje y disfrutar el ir adquiriendo conocimiento a su ritmo y paso. En lugar de esto aprenden un nivel de competencia poco productivo que lleva al niño a sentir ansiedad a muy temprana edad por experimentar conflictos de “lealtad” para con los padres y sus expectativas de calificaciones altas. Entonces el niño comienza a acumular información sin formar un pensamiento que posteriormente le permita desarrollar un pensamiento crítico y lo ayude a no ser influenciable.
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