Psic. Licia López Carrillo
Tuve la oportunidad de escuchar a la escritora y conferencista Trixia Valle en su ponencia informativa sobre el Bullying, tema que tristemente se vuelve más cotidiano en nuestra sociedad. Con un lenguaje ameno y accesible apto para padres de familia y niños, explico la amplia gama de actitudes negativas que construyen el comportamiento del “bulli” (acosador), así también mencionó que actitudes son más buscadas por estos en los niños que acosan.
Me impresionó gratamente ver a tantos padres de familias que a esas tempranas horas estaban ahí acompañando a sus hijos iniciando, con su participación, la educación en cultura para la paz de sus familias. Una de las temáticas preponderantes de la conferencia fue la de los valores y la necesidad no solo de rescatarlos, sino de re dignificar su verdadero significado. Comparto con la autora la idea de que hablar de valores nunca resulto claro, ni para las generaciones anteriores ni para las actuales, debido a que son conceptos intangibles que en ocasiones están influidos por muchos aspectos que dificultan saber que está bien y que está mal. La búsqueda del reconocimiento y la necesidad de sentirse querido complican aún más las cosas. Ya que el ser humano busca “pertenecer” o “encajar” rigiéndose por aquellas conductas o pensamientos que el grupo (sociedad) considere aceptable y que la mayoría de las veces no tienen ningún valor ni trascendencia.
¿Cómo poder aprender valores que son complicados de reconocer, cuando los anti valores están tan a la mano y tan claros?, que sucede con una sociedad que puso a la alza las acciones de los conceptos de; “eres lo que tienes”, “como te ven te tratan”, “si no tienes reconocimiento no eres nadie” “ser grosero es cool” mismos que han generado jóvenes agobiados por una angustia que los lleva a concluir que serán un don nadie “si no tienen dinero o poder”.
Ahora, de nada sirve sermonear al hijo con la educación en valores cuando los principales modelos de conducta humana para ellos son los adultos y en primer plano los padres. Y para ello cualquier discurso de moralidad y valores deberá de estar cimentado en la congruencia de las acciones, sino pierde su potencial de enseñanza y se vuelve solo palabrería moralista de un discurso hueco.
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