Psic. Licia López Carrillo
El rigorismo y la rigidez familiar de las décadas anteriores es probable que haya fomentado la idea de eliminar los límites de la formación en los niños. La realidad es que como todo en la vida, ningún extremo es bueno. Ya que los límites rígidos e inamovibles provocan que las familiar se estanquen y no evolucionen en las diferentes etapas de sus hijos, por el contrario al tener límites diluidos, laxos, inconstantes o poco claros provocará el desbordamiento emocional del infante generando defectos de carácter que se reflejarán en su actitud ante la vida.
Los límites no son solamente la forma en cómo se restringe en la educación a un niño(a), es también un formador de emociones. He ahí que cuando los padres no llegan a acuerdos sobre que límites marcar y alguno de los dos (siempre el que más culpa siente por alguna razón) descalifica el límite anteriormente impuesto el menor queda a merced de su voluntad la cual es inmadura y poco capaz de autoformarse. Esta situación provocará que la formación del niño se vuelva un nuevo terreno de batalla de la lucha entre la pareja, dejando al niño expuesto y sin la formación necesaria que lo debería de ayudar en su adaptación a la vida. A través de límites claros, constantes, negociables y adaptables a cada etapa de crecimiento, el niño(a) aprenderá a respetar a los otros pero más importante aún; si los límites son explicados con amor y aceptación, el niño(a) aprenderá a respetarse a sí mismo y a hacerse respetar ante los demás.
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